Etiquetas



Quizás esta entrada sea más teórica que práctica, pero creo necesaria su redacción.
Estoy en contra de ponerle etiquetas a las cosas, ya que en la mayoría de los casos éstas llevan implícitas connotaciones negativas o estereotipos. Al etiquetar una relación, una situación o a una persona estamos condicionando y limitando su manera de actuar o de relacionarse.

Las etiquetas (sociales) son normas de conductas sobre expectativas (lo que se espera) de cierto comportamiento social que se encuadraría dentro de las normas aceptadas por la sociedad o grupo en el que nos encontremos. Por tanto, una etiqueta sería algo rígido e innamovible, una etiqueta limita la expresividad de las relaciones o de las personas, presuponiendo ciertos comportamientos. Las etiquetas en este sentido, nos harían la vida más fácil, pues con ellas conseguimos almacenar en nuestra memoria gran cantidad de informaciones y situaciones y, con ella, podemos anticiparnos a dichas situaciones. No hay cabida para la espontaneidad. Sin embargo, al etiquetarnos, estamos distorsionando la realidad y erosionando nuestras relaciones personales.

En cuanto al etiquetado de una persona, con él, conseguimos disminuir la autoestima de esta persona, su autoconcepto y confianza en sí mismo, provocando sentimientos de indefensión que afectan a su desarrollo emocional. Sin embargo, podemos utilizarlas en sentido inverso, es decir, podemos hablar de etiquetas en positivo, que serían aquellas que realzan las cualidades de una persona y las ayudan a formar una imagen positiva, buena y sana de ellos mismos. 

En conclusión, las etiquetas nos hacen sentirnos seguros y controlar nuestro entorno. Es inevitable su uso en la vida cotidiana, por lo que si vamos a utilizarlas, deberían ser para generar buenas vibraciones y capacidad de superación en aquellas situaciones en las que las utilicemos, pues la palabra es el mayor tesoro que tenemos tanto para provocar daño como placer.

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